martes, mayo 13, 2025
Publicidad
Publicidad

Los que alumbraron la oscuridad: Madrid, la cuna de la libertad

Angel Bahamontes
Angel Bahamonteshttps://antpji.org/
Presidente de la Asociación Nacional de Tasadores y Peritos Judiciales Informáticos
Publicidad

Hubo un día en que el cielo de Madrid no albergó estrellas, sino pólvora. Una jornada en que los relojes no marcaron el paso del tiempo, sino el compás del coraje. Era el 2 de mayo de 1808, y aunque nadie lo sabía aún, el alma de España escribía, con sangre y pólvora, la primera página de su independencia moderna.

Aquel día, el pueblo madrileño no pidió permiso. Gritó, se alzó y se entregó. No se trataba de un ejército organizado ni de una defensa orquestada desde los altos mandos. Eran panaderos, costureras, artesanos, estudiantes, curas, nodrizas, niños, ancianos… Gente común que se convirtió, en cuestión de minutos, en el corazón ardiente de una nación asediada. Porque cuando el futuro está en juego, no hay neutralidad posible.

Las campanas tañeron su grito de guerra. Las piedras se volvieron proyectiles. Y cada rincón de la ciudad —de Lavapiés a Chamberí, de Príncipe Pío al Retiro— se convirtió en barricada. Aquella madrugada no sólo se despertó un pueblo, se despertó la conciencia de una patria. Una que dijo “no” al imperio más temido del planeta.

Monteleón: el altar del valor:La recreación celebrada en Casa de Campo fue mucho más que una escenificación. Fue una resurrección simbólica del espíritu de Monteleón, ese reducto de dignidad donde los capitanes Daoiz y Velarde, el teniente Ruiz, y heroínas como Clara del Rey y Manuela Malasaña, decidieron que vivir arrodillados era morir de otro modo. Ellos no resistieron por órdenes, sino por convicción. A sus espaldas, los cañones; al frente, la libertad.

Publicidad

En el desfile que recorrió Príncipe Pío hasta Puente del Rey, los asistentes no vieron soldados, vieron legados. Vieron una herencia que no cabe en libros de historia, porque vive en la memoria colectiva, en el aire de esta ciudad que siempre ha preferido morir luchando a vivir obedeciendo.

La pintura como testigo, Goya como cronista: Francisco de Goya no fue sólo pintor: fue notario del espanto. En su óleo inmortal El 3 de mayo en Madrid, no hay héroes en pose. Hay dolor, desesperación, humanidad. El hombre de camisa blanca, brazos abiertos como un Cristo civil, es el reflejo más puro de la resistencia. No empuña armas, empuña dignidad.

Frente a él, los soldados imperiales con rostros ocultos: el rostro de la ocupación, del automatismo asesino, de la historia que quiere aplastar, pero no entiende que los pueblos no se doblegan con bayonetas.

Cada pincelada de Goya es un clamor. Cada trazo es una memoria preservada. Nos obliga a recordar que España no se hizo en los tronos, sino en las plazas, en las calles, en los cuerpos rotos por la injusticia, pero enteros en la voluntad.

- Advertisement -

La palabra como estandarte: Isabel Díaz Ayuso, en su intervención en la Puerta del Sol, expresó con rotunda claridad lo que muchos sentían: “Desde esta Puerta del Sol que todo lo sabe, reivindicamos el orgullo de ser españoles.” Y con esas palabras no hablaba sólo como presidenta de una comunidad, sino como hija de esa tierra que ha sido testigo y protagonista de cada sacudida de la historia.

Reivindicó el carácter indómito del pueblo madrileño, “trabajador como el que más”, pero también festivo, irreverente, audaz. Y recordó que el 2 de mayo fuimos de nuevo “motor de España y de Europa”, resistiendo a una Francia que parecía invencible. Pero no lo fue. Porque Madrid no se rinde, solo se transforma en barricada.

El nacionalismo no es consigna, es herencia: El 2 de mayo no es sólo una fecha en el calendario, es una enseñanza grabada en piedra y fuego. No se trató de un movimiento político, sino de una reacción vital. La defensa no fue organizada, fue instintiva. Porque cuando a un pueblo se le quiere arrebatar su esencia, este responde con el alma desnuda.

Aquellos héroes no portaban medallas ni buscaban gloria. Defendían su barrio, su lengua, su forma de amar y de morir. El nacionalismo que brota de ese gesto no es arrogancia, es memoria viva. Es la certeza de que la libertad no se hereda: se defiende.

Hoy la historia sigue respirando: El homenaje que la Comunidad de Madrid ha desplegado este año no es mera ceremonia. Es reafirmación. Es una forma de gritarle al mundo que aquí, en esta ciudad eterna, la valentía no se ha oxidado.

Ver marchar a los figurantes ataviados de época, oír de nuevo el estruendo de los cañones en la recreación de Monteleón, o sentir la solemnidad en el silencio de quienes escuchaban los discursos, ha sido una experiencia que traspasa la historia y se convierte en identidad.

Madrid no olvida. Y España no olvida que fue en esta ciudad donde empezó el principio del fin del imperio más poderoso del siglo XIX. Porque como dijo la presidenta: “A nosotros nadie nos apaga”. Ni ayer, ni hoy, ni nunca.

El legado continúa: Cada 2 de mayo, la ciudad no solo conmemora: resucita. Vuelve a ser esa trinchera de dignidad, ese bastión sin uniforme, ese rugido civil que desafía al mundo cuando la justicia se tambalea.

Ser español es un orgullo. Ser madrileño, un título de honor. Pero más allá del gentilicio, lo que nos define es la voluntad férrea de no dejarnos conquistar jamás.

Hoy, el lienzo de Goya no está en el Prado. Está en cada calle. En cada ciudadano que, con paso firme, recuerda que hay fechas que no solo se celebran, se defienden. Y el 2 de mayo es una de ellas.

Madrid, eterna. España, indomable. La libertad, nuestro apellido.

Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad

Suscríbete a nuestro Boletín

Regístrate para recibir contenido interesante en tu bandeja de entrada, cada semana.

¡No hacemos spam! Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.

Lo más leido