martes, octubre 7, 2025
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La polémica por el contrato de Huawei y la soberanía tecnológica en España

Angel Bahamontes
Angel Bahamonteshttps://antpji.org/
Presidente de la Asociación Nacional de Tasadores y Peritos Judiciales Informáticos
Las opiniones expresadas en esta publicación son responsabilidad exclusiva de quien lo firma y no reflejan necesariamente la postura de TecFuturo. Asimismo, Tec Futuro no se hace responsable del contenido de las imágenes o materiales gráficos aportados por los autores.
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Cuando el Ministerio del Interior adjudicó un contrato de 12,3 millones de euros a Huawei para la gestión del almacenamiento de escuchas telefónicas judiciales, nadie imaginaba que este movimiento técnico abriría una grieta geopolítica en la estructura de confianza internacional. Sin embargo, así ha sido. El acuerdo ha colocado a España en una posición delicada, cuestionada por socios clave como Estados Unidos, al tiempo que reabre un debate profundo: ¿puede una nación proteger su soberanía tecnológica mientras recurre a tecnología extranjera con vínculos estrechos al Estado chino?

Huawei en el epicentro: ¿proveedor o caballo de Troya?

Huawei, gigante chino de las telecomunicaciones, lleva más de una década siendo blanco de sospechas por parte de gobiernos occidentales. Su exclusión progresiva de las redes 5G en Europa y Norteamérica responde a un temor compartido: que sus infraestructuras puedan ser utilizadas para facilitar tareas de vigilancia, espionaje o interceptación por parte del gobierno chino en virtud de su Ley de Inteligencia Nacional de 2017, que obliga a cualquier empresa con sede en China a colaborar con los servicios de inteligencia del Estado si se le requiere.

Y aunque Huawei ha negado repetidamente estas acusaciones, la sombra del riesgo estructural sigue siendo larga.

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El contrato español, a pesar de haber sido avalado por técnicos del Centro Criptológico Nacional (CCN) —dependiente del CNI—, implica almacenar información ultra sensible: intervenciones telefónicas judiciales, vinculadas a investigaciones de narcotráfico, crimen organizado, terrorismo y corrupción.

En resumen: la base de datos más delicada del Estado está ahora en manos de un proveedor del que las agencias de seguridad tienen dudas razonables desde hace años, cuestionando al estado español el precio de la eficacia y sopesan ¿cuánto vale la soberanía digital?

Huawei ofreció un paquete altamente competitivo en términos de precio, escalabilidad, cifrado y rendimiento, difícilmente igualable por otros licitadores. Sin embargo, expertos en seguridad de la ANTPJI, cuestionan si el coste económico puede justificar los riesgos estratégicos que ello conlleva.

“No se trata solo de encriptar datos, sino de controlar toda la capa de hardware, firmware y actualizaciones. Y eso es mucho más complejo que un simple chequeo criptográfico”, afirma David Arcos, analista de ciberseguridad crítica, que cuestiona si la resiliencia digital nacional puede depender de un proveedor que, aunque actúe dentro de la legalidad en Europa, responde en última instancia a intereses de un Estado con objetivos geopolíticos divergentes de los de la UE y la OTAN.

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La reacción internacional: presión creciente desde Washington

En las últimas semanas, miembros del Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos, así como representantes del Departamento de Estado, han expresado públicamente su preocupación. La idea de que las escuchas judiciales de un Estado miembro de la OTAN puedan ser interceptadas o manipuladas indirectamente por una potencia rival ha encendido las alarmas.

“Si esta situación no se revisa, no se descarta una limitación progresiva en el intercambio de inteligencia con España”, ha declarado un portavoz del Comité de Seguridad Nacional del Congreso estadounidense. Esta advertencia, aunque no oficializada como sanción, funciona como un recordatorio de que la confianza entre aliados no es automática ni incondicional.

Además, en un contexto marcado por la guerra híbrida, el espionaje digital y la desinformación orquestada, la infraestructura tecnológica se ha convertido en un activo estratégico tan crítico como el petróleo o el gas en décadas anteriores.

La polémica pone sobre la mesa un debate más amplio: ¿puede España construir su soberanía tecnológica sin incurrir en sobrecostes astronómicos o depender de un oligopolio de proveedores occidentales?

Huawei representa una tentación para muchos países europeos: precios más bajos, innovación constante y plazos de implementación agresivos. Pero esa tentación entra en conflicto directo con los nuevos principios de autonomía estratégica digital que la UE intenta desarrollar. Bruselas, de hecho, ha lanzado en los últimos años programas como GAIA-X o EU Cloud Federation, destinados a recuperar el control sobre la infraestructura digital continental.

En este sentido, el contrato del Ministerio del Interior va a contracorriente del relato europeo, aunque técnicamente no viola ninguna normativa vigente.

Huawei España ha publicado un comunicado donde reitera su compromiso con la legislación europea, asegurando que “todos los sistemas involucrados en el contrato serán auditables, estarán alojados en servidores nacionales y gestionados por personal autorizado exclusivamente por el Ministerio del Interior”.

También recuerdan que más de 100 contratos similares están vigentes en otros países europeos, y que la empresa “nunca ha sido condenada ni sancionada por prácticas de espionaje”.

Pero la controversia no se basa solo en hechos pasados, sino en riesgos potenciales futuros, difíciles de cuantificar, pero imposibles de ignorar.

Algunos expertos plantean que el Estado español debería haber apostado por soluciones de código abierto, auditable y desarrolladas en colaboración con empresas nacionales o europeas. Aunque esto hubiera supuesto un esfuerzo económico y técnico mayor, también habría reforzado la soberanía tecnológica y reducido la exposición geopolítica.

“En un mundo donde la tecnología es poder, delegar la gestión de datos sensibles a empresas bajo sospecha es una forma de ceder soberanía sin declararlo”, explica Clara Verdú, investigadora en gobernanza digital.

El caso Huawei es solo el primer síntoma de un dilema mucho más grande: la dependencia estructural de Europa —y de España en particular— de tecnologías críticas desarrolladas fuera del continente.

Desde sistemas operativos hasta servidores cloud, pasando por software de cifrado y telecomunicaciones, la arquitectura digital del Estado moderno está externalizada.

El reto es claro: construir, en el plazo más corto posible, un ecosistema tecnológico nacional capaz de competir con gigantes globales, sin perder eficiencia ni escalar los costes hasta lo prohibitivo.

El contrato con Huawei ha puesto a prueba no solo los protocolos de contratación pública en España, sino la credibilidad del Estado en términos de soberanía digital. ¿Se puede delegar la gestión de las escuchas judiciales en una empresa vinculada —al menos políticamente— a una potencia no alineada sin asumir consecuencias?

En un contexto internacional volátil, donde los datos son el nuevo petróleo y las infraestructuras críticas son objetivo constante de ciberataques, cada decisión técnica es, en realidad, una decisión estratégica.

España aún tiene margen para revisar, auditar, modificar o incluso rescindir contratos si se considera que ponen en riesgo la integridad del Estado o la relación con sus aliados. Pero el debate ha comenzado, y la pregunta es ineludible:

¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por la eficiencia, si lo que perdemos es el control?

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