viernes, noviembre 7, 2025
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Hamburgo: cuando el photocall se tiñe de crónica social y cine con conciencia

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Dos meses después de su estreno oficial en cines, el eco de «Hamburgo» sigue resonando con fuerza, no solo por su valiente temática o la sobriedad con la que Lino Escalera dirige este thriller crudo y necesario, sino también por un photocall que, lejos de parecer mera formalidad, se convirtió en un gesto simbólico de cara a la industria. El pasado 27 de mayo, el cine Paz de la calle Fuencarral se vistió de drama, talento y compromiso social. Allí estaban Jaime Lorente, Roger Casamajor, Ioana Bugarin y el propio Escalera, convocando a la prensa en una mañana de junket que dejó más preguntas que respuestas, y una certeza: Hamburgo no es una película que se vea, es una película que se digiere con tiempo.

El photocall de «Hamburgo» tuvo ese extraño equilibrio entre discreción y potencia. Los rostros conocidos no acudieron con atuendos estridentes, sino con miradas cómplices y discursos que evidenciaban el peso del tema que cargaban: la trata de mujeres en los prostíbulos de carretera. Jaime Lorente, siempre magnético, se mostró sobrio, casi hermético, como si todavía habitara la piel de Germán, su personaje. Ioana Bugarin, con una elegancia sin excesos, sostuvo la atención de todos con su sola presencia. Su mirada, su modo pausado de hablar, transmitía una mezcla de pudor y responsabilidad.

A pesar del calor madrileño de finales de mayo, el ambiente era casi otoñal en tono. No había frivolidades. Se notaba que lo que se presentaba iba más allá del entretenimiento: era una película que venía a denunciar, a incomodar. Y eso se agradece. Porque en tiempos donde muchas premieres se convierten en pasarelas sin sustancia, «Hamburgo» demostró que también hay espacio para el cine que confronta.

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Rodada en Súper 16mm, con una textura que raspa, la cinta nos sumerge en un submundo de neones tristes, asfalto sucio y decisiones al borde del abismo. Y el reparto responde con la misma crudeza. Lorente sorprende en un papel que dista de sus registros más televisivos, entregándose a un personaje arruinado, moralmente gris, que despierta más preguntas que simpatía. Roger Casamajor, como Cacho, es pura contención, una bomba de tiempo disfrazada de frialdad. E Ioana Bugarin, sencillamente devastadora, da humanidad a una víctima que no busca lástima, sino escape.

En el photocall se intuía todo esto. No hizo falta un discurso elaborado. Bastó ver los gestos, los silencios entre respuestas. El director Lino Escalera habló de fatalidad, de personajes que tropiezan con sus propias decisiones, de un thriller que quería ser más que una denuncia: un espejo sucio de nuestra realidad. Y lo consigue. El guion, coescrito junto a Daniel Remón y Roberto Martín Maiztegui, no cae en el panfleto. Se mueve en la delgada línea entre la narrativa de género y el drama social con una soltura admirable.

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A pesar de haber pasado ya su estreno oficial, «Hamburgo» se siente vigente. Porque no hay momento específico para mirar de frente una problemática que sigue latente en nuestras carreteras, en nuestros titulares, en nuestras zonas grises. Y el cine, como este, tiene la función de incomodar en cualquier estación del año. Por eso, agosto puede ser una excelente excusa para verla. En un verano de blockbusters ligeros y series infinitas, detenerse en una historia como «Hamburgo» es un acto de resistencia. Una película que no solo entretiene, sino que perturba, que invita al debate y que exige algo más del espectador.

El photocall fue solo la antesala de una cinta que merece seguir en conversación. Con un reparto coral donde también brillan Mona Martínez, Tamara Casellas, Asia Ortega, Manolo Caro o Antonio Buil, «Hamburgo» propone una experiencia cinematográfica que se cuela bajo la piel. A veces basta una mirada de Bugarin o un gesto cansado de Lorente para condensar todo el horror que subyace en ese mundo clandestino. El cine Paz se convirtió ese 27 de mayo en una especie de altar pagano donde se rindió homenaje a ese cine que no busca gustar, sino permanecer.

La crítica especializada coincidió: la película no es fácil, pero es necesaria. Su factura técnica es impecable, su apuesta estética arriesgada, su ritmo hipnótico. No hay redención, no hay alivio. Pero hay verdad. Y en estos tiempos, eso ya es un regalo.

Karla Aguilar estuvo allí, en ese photocall que no fue como los demás. Y desde entonces, recomienda «Hamburgo» como una de esas películas que hay que ver con el cuerpo entero. Con los ojos, pero también con la conciencia. Porque hay ficciones que entretienen, y otras que sacuden. Y esta, sin duda, está en la segunda categoría.

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