Sus asesores de imagen digital, le ridiculizan haciendole posar con una placa de Mac de los 90 desnudando la brecha entre propaganda y realidad tecnológica
Hay imágenes que resumen mejor que cualquier informe la distancia que separa el discurso político de la realidad tecnológica. Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, prometiendo que su país fabricará “los famosos microchips esos de NVIDIA… para envidia de los envidiosos” mientras sostiene en la mano una placa de un Macintosh de los años 90, es exactamente una de ellas.
La escena, captada durante un acto académico por el aniversario de la Universidad Nacional de las Ciencias, se viralizó en cuestión de horas. No por lo disruptivo del anuncio, ni por el impacto que podría suponer la entrada de Venezuela en la industria global de semiconductores, sino por el contraste casi cómico entre las palabras y el objeto. La promesa era siglo XXI. La placa, siglo XX.
Más allá del meme, lo que hay detrás de este episodio es una oportunidad para reflexionar sobre algo mucho más importante: cómo se construyen los relatos de soberanía tecnológica, qué hace falta realmente para fabricar un microchip de última generación… y por qué la innovación no se decreta desde un atril.
¿Qué dijo exactamente Maduro y por qué provocó tantas mofas?
El mensaje del líder bolivariano fue claro en su forma, confuso en su contenido. Aseguró que Venezuela se incorporará a la “carrera global de los semiconductores” y que el país empezará a producir “microchips NVIDIA”, una de las empresas más valiosas del mundo, clave en la revolución actual de la IA generativa.
El problema llegó cuando intentó “demostrar” lo que decía levantando una placa electrónica ante el público. Usuarios y expertos en redes identificaron rápidamente que no se trataba de nada remotamente parecido a una GPU moderna, sino de una placa antigua, probablemente de un Macintosh de los años 90 o de un hardware igualmente obsoleto.
El contraste disparó la ironía:
- Un presidente prometiendo competir con NVIDIA.
- Una pieza de museo presentada como símbolo de vanguardia.
- Un juego de palabras —“para envidia de los envidiosos”— que, lejos de reforzar el mensaje, acabó de convertirlo en material de parodia.
Pero más allá del chiste fácil, conviene hacerse una pregunta seria: ¿qué pretende exactamente un dirigente cuando afirma algo así?
El primer foco de confusión es semántico. Maduro no aclaró si su intención es:
- Fabricar chips diseñados por NVIDIA como parte de su cadena de suministro.
- Desarrollar chips propios “tipo NVIDIA”, compitiendo con la empresa.
- O, simplemente, usar el nombre de NVIDIA como símbolo de modernidad tecnológica.
Esta distinción importa mucho:
- NVIDIA no fabrica directamente la mayoría de sus chips. Diseña las GPU, pero la producción la externaliza a gigantes como TSMC (Taiwán) o Samsung (Corea del Sur).
- Para que un país fabrique chips “de NVIDIA” hace falta:
- Acuerdos comerciales y tecnológicos.
- Licencias de exportación.
- Acceso a procesos de fabricación avanzados (nodos de 5 nm, 3 nm, etc.).
En el contexto actual de sanciones, controles de exportación de tecnología de doble uso y tensiones geopolíticas, pensar que NVIDIA enviará alegremente sus diseños y procesos a Venezuela no pasa precisamente el filtro de lo verosímil.
Otra lectura, más agresiva, sería imaginar que Venezuela quiere “copiar” lo que hace NVIDIA sin permiso, intentando fabricar chips de forma autónoma, al margen de acuerdos internacionales.
Aquí conviene aterrizar los datos:
- La producción de semiconductores de alta gama está dominada, en la práctica, por tres actores: TSMC, Samsung e Intel.
- Levantar una fábrica de chips avanzada (fabs de 5 nm o menos) implica:
- Inversiones de entre 10.000 y 20.000 millones de dólares por planta.
- Maquinaria de litografía extrema (EUV) controlada por unas pocas compañías (ASML en Países Bajos, por ejemplo) y sujeta a fuertes restricciones de exportación.
- Infraestructuras hiperestables (agua ultrapura, energía sin cortes, salas blancas extremas).
- Miles de ingenieros y técnicos especializados, con décadas de experiencia acumulada.
Incluso países como China, con una potencia industrial y tecnológica inmensamente superior a la venezolana, llevan años invirtiendo decenas de miles de millones para intentar acercarse a ese nivel… y todavía siguen por detrás en varios nodos avanzados por las restricciones estadounidenses.
Pensar que Venezuela, en las condiciones actuales, puede saltarse este trayecto de golpe y ponerse al nivel de TSMC o Samsung no es optimismo: es ficción.
La realidad técnica detrás de la palabra “microchip”
Cuando oímos “microchip”, tendemos a imaginar un objeto uniforme. Pero no es lo mismo fabricar:
- Un chip sencillo para una tarjeta de control, un electrodoméstico o un dispositivo de bajo coste.
- Que una GPU de alto rendimiento para IA, con miles de millones de transistores, empaquetado avanzado y procesos de fabricación de última generación.
Venezuela podría, eventualmente, impulsar iniciativas para:
- Ensamblar electrónica con componentes importados.
- Fabricar chips de baja complejidad con tecnologías maduras (por ejemplo, nodos de 90 nm o 130 nm).
- Crear laboratorios de diseño y prototipado orientados a la formación.
Pero prometer competir con NVIDIA en su propio terreno es otra liga. A día de hoy, NVIDIA vale más en bolsa que muchas economías nacionales y concentra talento global, acuerdos con hyperscalers, universidades y fabricantes.
La distancia no es ideológica, es industrial y científica.
El “Vergatario” y otros espejismos de soberanía tecnológica
Este no es el primer intento del chavismo de presentarse como vanguardia tecnológica. En 2009, Hugo Chávez lanzó el famoso “Vergatario”, anunciado como el primer teléfono celular “made in Venezuela”.
La realidad tras el titular:
- El dispositivo se ensamblaba en Venezuela, pero con componentes y tecnología mayoritariamente chinos, a través de una alianza con ZTE.
- No se construyó una industria nacional de semiconductores, sino una planta de ensamblaje dependiente de suministros externos.
- El impacto fue más simbólico que estructural.
Algo similar ocurrió con otros proyectos: desde ordenadores escolares hasta iniciativas de software propio. Muchos tuvieron un componente real, pero quedaron lejos de la imagen de autosuficiencia tecnológica que vendían los discursos.
El problema no es querer avanzar —eso es legítimo y necesario—, sino confundir marketing político con estrategia de país.
Aunque nos ríamos del “chip de NVIDIA” hecho con una placa de los 90, conviene hacerse una pregunta incómoda: ¿por qué estos anuncios siguen funcionando, mediáticamente, en pleno 2025?
Varias razones:
- Prometen dignidad tecnológica: la idea de “no depender de otros” resuena fuerte en sociedades castigadas por sanciones o desigualdad.
- Conectan con el imaginario de la innovación: chips, IA, NVIDIA… son palabras que hoy simbolizan poder y futuro.
- Son fácilmente viralizables: un líder con una placa antigua hablando de NVIDIA es material perfecto para memes, análisis, tertulias y clicks.
El riesgo es que, saturados de promesas imposibles, acabemos:
- Desconfiando también de los proyectos serios.
- Normalizando que la política tecnológica se reduzca a slogans.
- Perdiendo la paciencia con las iniciativas que sí necesitan años y no se pueden resumir en una frase ingeniosa.
La innovación tecnológica que transforma países no suele anunciarse con frases virales, sino con planes largos, discretos y muy aburridos de contar:
- Reformas educativas para formar ingenieros, físicos y técnicos.
- Incentivos a la investigación y al I+D privado.
- Alianzas internacionales con transferencia tecnológica real (no solo fotos oficiales).
- Políticas industriales coherentes, que priorizan sectores donde el país sí puede aportar valor añadido.
Compárese:
- El caso de Corea del Sur, que tardó décadas en pasar de ensamblar a liderar semiconductores.
- El caso de Taiwán, que apostó de forma estratégica por convertirse en la fábrica de chips del mundo.
Ninguno de ellos llegó a su posición actual prometiendo, en medio de un acto, que “muy pronto” harían chips de la empresa de moda sosteniendo una placa obsoleta.
Más allá de la coyuntura venezolana, lo que este episodio deja sobre la mesa es un conjunto de aprendizajes útiles para cualquiera que se mueva en el mundo de la innovación:
- Desconfía de la tecnología convertida en eslogan
Cuando un dirigente menciona nombres propios (NVIDIA, Tesla, IA cuántica…) sin acompañarlos de rutas concretas, presupuestos, plazos y socios identificables, probablemente está haciendo propaganda, no política tecnológica. - Pregunta siempre “cómo” y “con quién”
- ¿Qué empresas participan?
- ¿Qué centros de investigación?
- ¿De cuánto dinero hablamos?
- ¿Qué restricciones legales y geopolíticas hay que superar?
- La soberanía tecnológica no es “hacerlo todo solos”
A veces es saber con quién aliarse, qué fabricar dentro y qué comprar fuera, dónde podemos aportar más valor. - Respeta la complejidad del hardware
En tiempos de IA generativa, es fácil olvidarlo: sin chips no hay modelos. Y sin fábricas, sin ingenieros y sin materiales, no hay chips. Reducir eso a un gesto teatral con una placa antigua es, en el mejor de los casos, ingenuo; en el peor, manipulador.
Quién mueve los hilos: la pregunta que queda en el aire
El texto original termina con una pregunta directa: “La pregunta es quién controla Venezuela y mueve a los títeres”. Es incómoda, pero necesaria.
Porque cuando un país se presenta ante el mundo prometiendo imposibles tecnológicos:
- O bien está intentando ganar tiempo, desviando la atención de crisis internas.
- O bien está jugando a un teatro para consumo interno, donde el relato pesa más que los hechos.
- O bien, en el peor de los casos, ni siquiera se es consciente de la brecha entre lo que se dice y lo que realmente se puede hacer.
En todos los casos, la sociedad tiene el derecho —y la responsabilidad— de exigir algo más que frases efectistas: planes, rendición de cuentas, transparencia y humildad tecnológica.
Lo que se juega aquí no es solo la reputación de un presidente ni el prestigio de una marca como NVIDIA. Lo que está en juego es nuestra capacidad, como ciudadanos, profesionales y países, de:
- No tragarnos cualquier narrativa envuelta en palabras de moda.
- Entender lo básico de cómo funciona la infraestructura del mundo digital.
- Diferenciar entre innovación real y espectáculo.
Si algo deja claro el episodio del “microchip de NVIDIA” y la placa de Mac de los 90 es que necesitamos, más que nunca, una alfabetización tecnológica crítica. No para burlarnos de quien se equivoca, sino para evitar que discursos vacíos sustituyan a las políticas serias que un país necesita.
Porque los chips que de verdad importan no se fabrican con frases, sino con conocimiento, inversión y tiempo. Y esa revolución no la lideran los mejores oradores, sino los que están dispuestos a trabajar en silencio mucho después de que las cámaras se apaguen.


