martes, noviembre 4, 2025
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Nuevos tiempos, nuevos riesgos, nuevos perfiles

Antonio Sousa
Antonio Sousa
Piloto profesional de drones, especializado en operaciones de seguridad, rescate y filmación aérea con reconocimiento nacional.
Las opiniones expresadas en esta publicación son responsabilidad exclusiva de quien lo firma y no reflejan necesariamente la postura de TecFuturo. Asimismo, Tec Futuro no se hace responsable del contenido de las imágenes o materiales gráficos aportados por los autores.
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Vivimos tiempos inéditos. La irrupción de la inteligencia artificial, el procesamiento masivo de datos en la nube, la automatización de procesos lógicos y la creciente autonomía de sistemas que, siendo software, cada vez más gobiernan el hardware, están transformando no solo la forma en la que trabajamos, sino también la manera en que convivimos con la tecnología. Esto supone una revolución silenciosa, pero profunda. Una transformación estructural que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida: desde el hogar hasta la administración pública, pasando por la industria, el transporte, la educación o la defensa. Y con estos nuevos tiempos, aparecen también nuevos riesgos. Riesgos sociales, jurídicos, económicos, tecnológicos. Riesgos que ya no están solo relacionados con la seguridad tradicional, sino también con la ciberseguridad, la privacidad, la responsabilidad civil, y los conflictos legales derivados del uso de sistemas cada vez más autónomos, opacos e interconectados.

Ejemplos cotidianos, consecuencias extraordinarias

Tomemos algunos ejemplos cotidianos: una nevera inteligente que realiza pedidos al supermercado en función de los productos que detecta como agotados en sus estantes; un vehículo autónomo que toma decisiones en tiempo real sobre frenar, acelerar o cambiar de carril según los datos que recibe de sus sensores LiDAR; una aspiradora robótica que mapea el entorno, reconoce la presencia humana, esquiva obstáculos y define rutas de limpieza sin intervención humana; un sistema de alarma doméstico que graba imágenes, las sube automáticamente a la nube, y avisa ante cualquier movimiento detectado por visión nocturna o térmica. Incluso una televisión con cámara incorporada que personaliza la experiencia según quién la está mirando.

Estos sistemas —aparentemente inocuos— comparten dos características esenciales: dependen de firmware constantemente actualizado y son vulnerables a ataques externos. Cada actualización puede ser un parche de seguridad… o una nueva puerta abierta. Cada conexión a internet, una potencial vía de entrada para quien quiera aprovecharse de su funcionamiento. Y lo más relevante: todos recogen datos de nosotros, muchos de ellos sensibles, que no siempre están bajo nuestro control. Datos sobre nuestra ubicación, nuestros hábitos, nuestras rutinas, nuestras preferencias, nuestras conversaciones, nuestras imágenes.

La amenaza invisible: ser hackeados… sin saberlo

Parece inquietante, pero no es ciencia ficción. Está ocurriendo ya. Y lo grave es que la mayoría de los ciudadanos no es consciente de ello. Vivimos rodeados de dispositivos que nos escuchan, nos observan, nos analizan y aprenden de nosotros. Dispositivos que pueden ser manipulados desde cualquier lugar del mundo si no están convenientemente protegidos. Y esa protección no es, como muchos creen, cuestión solo de contraseñas robustas, autenticación en dos pasos, biometría o encriptación. Todo eso es necesario, por supuesto. Pero no suficiente.

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No lo es cuando empresas multinacionales con departamentos enteros dedicados a la ciberseguridad son hackeadas cada semana. Cuando bancos, compañías eléctricas, operadores de telecomunicaciones, administraciones públicas o infraestructuras críticas sufren filtraciones masivas de datos. Si ellos caen, ¿qué puede esperar un usuario normal, que usa el mismo PIN para la tarjeta, el correo, Netflix y su cuenta bancaria?

El ciudadano medio está expuesto por partida doble: directamente, por lo que él mismo hace; e indirectamente, por lo que las máquinas hacen en su nombre. A menudo sin su conocimiento ni consentimiento efectivo.

Los seguros ya no serán como antes

No es arriesgado afirmar que veremos cambios profundos en sectores como el asegurador. En el futuro inmediato, los seguros no se calcularán en función del valor físico del bien asegurado, ni de la edad del conductor o su experiencia previa. Se adaptarán al software instalado, al firmware vigente en el momento del siniestro, al nivel de actualización de las defensas lógicas que el usuario haya habilitado.

¿Tenía la casa activado el sistema de detección de intrusos? ¿Estaba actualizado el antivirus del coche autónomo? ¿Disponía el dron profesional de barreras lógicas contra accesos no autorizados? ¿Había cifrado en las comunicaciones de la smart TV que grabó la conversación? Las respuestas a estas preguntas determinarán el grado de cobertura, la posible responsabilidad del usuario, y en muchos casos, si hay o no negligencia.

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La pregunta clave: ¿cómo protegernos?

Esta es la gran pregunta que nos plantean a diario a quienes trabajamos en el ámbito pericial y forense tecnológico. ¿Cómo protegernos ante una amenaza difusa, cambiante, omnipresente? La respuesta rápida sería: “teniendo suerte”. Es decir, no ser objetivo de ataques. Pero eso, además de ingenuo, es estadísticamente inviable. Las campañas de phishing, los intentos de suplantación de identidad, el robo de credenciales o la infección por malware ya no son manuales. Se ejecutan mediante sistemas automatizados: emails masivos, SMS impersonales, bots en WhatsApp y redes sociales. En este juego, todo vale. Y si uno de cada cien cae en la trampa, la rentabilidad para los atacantes es más que suficiente. El esfuerzo es mínimo. El riesgo penal, ridículo. Y el beneficio, muy alto.

La segunda opción sería vivir fuera del sistema. No usar correo electrónico, ni banca digital, ni teléfono móvil, ni redes sociales. No tener dispositivos inteligentes en casa, ni interactuar electrónicamente con ninguna administración. Una solución tan radical como impracticable. Porque vivimos en una sociedad hiperconectada. Una sociedad que ya ha hecho obligatoria la relación telemática con instituciones públicas, el uso del DNI electrónico, el certificado digital, la firma electrónica. Y pronto, el euro digital.

La desconexión voluntaria es, simplemente, una fantasía.

Una profesión en transformación permanente

Por eso, quienes trabajamos en el ámbito forense, debemos asumir con humildad que nuestra profesión está en permanente transformación. Ya no basta con saber informática. Decir que eres “perito informático” hoy, sin más, suena desfasado. Nuestra labor exige conocimiento transversal. Es necesario conocer lenguajes de programación, biometría, inteligencia artificial, redes, sistemas operativos, estructuras de datos, derecho tecnológico, drones, automóviles inteligentes, dispositivos IoT, plataformas cloud, herramientas de volcado forense, LiDAR, y todo lo que esté por venir.

Este conocimiento no se adquiere ni en un grado universitario, ni en un máster, ni en un curso de especialización. Es el fruto de años de experiencia, de formación continua, de curiosidad permanente, de estar al día. De pertenecer a asociaciones y grupos profesionales de ámbito amplio, donde se debaten casos reales, se contrastan metodologías, se comparten soluciones, se actualizan criterios técnicos y legales. Un foro de pensamiento donde el estudio individual se complementa con la experiencia colectiva.

Porque nadie puede saberlo todo. Y menos aún en un entorno que cambia cada día.

Un nuevo perfil profesional: el forense tecnológico multidisciplinar

La única manera de afrontar los retos del presente (y sobre todo del futuro cercano) es desde una visión forense multidisciplinar. Esto no significa ser especialista en todas las áreas, sino disponer de una base sólida y una red profesional de confianza. Ser capaz de trabajar en equipo con otros especialistas, de comprender el lenguaje jurídico, técnico, administrativo, industrial. Saber traducir complejidad en explicaciones claras. Y entender que los problemas de hoy no tienen una sola causa, ni una sola solución.

Nuestro perfil profesional debe incorporar capacidades que antes se consideraban “accesorias”: comunicación, divulgación, pensamiento crítico, análisis de riesgos, visión estratégica. La tecnología ya no es neutra. Tiene implicaciones éticas, sociales, políticas, legales. Ser forense hoy es, en cierto modo, ser un puente entre la técnica y el derecho, entre el usuario y la máquina, entre la verdad técnica y la prueba judicial.

El reto y la oportunidad

Estamos ante un cambio de paradigma. La tecnología ha dejado de ser una herramienta y se ha convertido en un entorno. Un entorno que habitamos, que nos define y que también nos condiciona. Pero todo cambio, además de riesgo, es oportunidad.

Oportunidad para redefinir perfiles profesionales. Para generar conocimiento útil. Para crear estándares éticos. Para anticipar escenarios. Para proteger derechos. Y, sobre todo, para no perder de vista que detrás de cada sistema autónomo, cada dron, cada algoritmo o cada base de datos, hay siempre una persona. Un ciudadano. Un cliente. Un usuario. Un ser humano que necesita ser comprendido, protegido y defendido.

Los tiempos cambian. Los riesgos también. Nuestro perfil profesional, si quiere ser útil, debe evolucionar a la misma velocidad.

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