La segunda gran novedad es la integración de ChatGPT en WhatsApp. Los usuarios pueden agregar el bot a sus contactos mediante el número +1 800 242 8478 y enviar cualquier consulta directamente por mensaje.
Esto abre la puerta a una nueva etapa de interacción conversacional distribuida. ChatGPT ya no requiere que entres a una página web, descargues una app o inicies sesión en un portal. Está ahí, junto a tus contactos, como otro interlocutor digital.
Desde una perspectiva tecnológica y de ciberseguridad, esta integración plantea enormes retos:
- Trazabilidad del dato: ¿Quién conserva la conversación? ¿WhatsApp o OpenAI?
- Privacidad contextual: ¿Cómo se gestionan los datos personales en una interfaz pensada para la comunicación interpersonal?
- Exposición a desinformación: A pesar del nuevo sistema de referencias, el usuario podría no validar las fuentes sugeridas.
No obstante, desde la perspectiva del acceso a la información, esta funcionalidad supone un hito. «La inteligencia artificial se ha convertido en un buscador con personalidad», podría decirse. Y WhatsApp, en su nuevo vehículo.
La tercera gran mejora está en la visualización de fuentes. En una era marcada por la desinformación y la crisis de confianza digital, OpenAI ha incorporado una interfaz que vincula cada parte de la respuesta con su fuente correspondiente.
Esta nueva arquitectura no solo mejora la comprensión del usuario, sino que también aporta trazabilidad, responsabilidad y auditabilidad. Desde una perspectiva forense, este avance puede ser clave para establecer una cadena de custodia digital del conocimiento generado.
A futuro, se integrará también la memoria conversacional, permitiendo a ChatGPT recordar información de interacciones anteriores y personalizar las futuras. Esto representa un paso hacia una inteligencia verdaderamente relacional.
Sin embargo, y como bien ha advertido OpenAI, esta funcionalidad no estará disponible inicialmente en el Espacio Económico Europeo (EEE), Reino Unido, Suiza, Noruega, Islandia y Liechtenstein. La razón es clara: garantizar el cumplimiento del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR).
Este detalle es fundamental para entender los límites entre innovación y regulación. No toda incorporación tecnológica es válida globalmente, y las tensiones entre jurisdicciones marcarán el ritmo de adopción de muchas funcionalidades.
Desde el enfoque jurídico, estas nuevas capacidades nos obligan a replantearnos cuestiones clave:
- ¿Debe considerarse a ChatGPT como intermediario de comercio?
- ¿Se debe regular la responsabilidad algorítmica en la recomendación de productos?
- ¿Cómo se protege el derecho a la privacidad en una conversación con una IA embebida en una app de mensajería?
Al incorporar funciones comerciales y de búsqueda contextual, ChatGPT está dejando de ser un sistema de propósito general para convertirse en una plataforma de servicios inteligentes, y esto cambia su estatus legal y regulatorio.
El horizonte que se dibuja es claro: una Internet conversacional, personalizada y ubicua. Las interfaces gráficas ceden paso al lenguaje natural. Las plataformas fragmentadas se integran en el flujo continuo de la conversación. Y los usuarios ya no buscan información: conversan con ella.
ChatGPT es hoy mucho más que un chatbot. Es un entorno de consumo, información y gestión personal. Y con su entrada triunfal en WhatsApp, abre una nueva etapa en la relación entre humanos y máquinas.
El reto, como siempre, será acompañar esta evolución con normas, ética y sentido crítico.
Pero una cosa está clara: el futuro ya está escribiéndose… en mensajes de texto.